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La he cag..do, ¿y ahora qué hago? (Segunda Parte)

Para que contextualices adecuadamente esta segunda parte, te recomendamos que leas la primera. Haz clic AQUÍ y podrás ir directamente. 

En la ciencia de la toma de decisiones, muchas de las teorías se refieren al momento «PRE» de las mismas. Debes seguir una serie de recomendaciones para que el resultado de tus decisiones se parezca lo más posible a las intenciones y deducciones que te llevaron a tomar una acción en particular. 

Pero este artículo se refiere al momento POST, cuando la decisión ya ha sido tomada y ejecutada y los resultados han sido lo que popularmente denominamos «una cagada». 

He señalado a manera de estrategia didáctica que, cuando las decisiones demuestran que han sido equivocadas, existen dos grandes categorías: «De Magnitud» y «Sensibles». 

A su vez las de Magnitud las hemos dividido en tres «G-C» (Gran cagada), «C-I» (Cagada intermedia) Y «P-C» (Pequeña cagada) cuyo criterio de medida es el tipo de perjuicio que ha causado nuestra decisión, independientemente de la intención que tuviéramos.

Podemos tener las mejores, altruistas, virtuosas, técnicas, espirituales, generosas y maravillosas de las intenciones, pero los resultados pueden ser desastrosos. Casi todos y todas hemos tenido experiencias como éstas. 

La categoría sensible no se refiere a los resultados sino a la sensación interna que nos deja dicha decisión. Hay «algo» que no nos cuadra.

Nuestro organismo, nuestras sabiduría interna, nuestra intuición, sexto sentido o como queramos llamarle, nos entierra una «espinita» de que la decisión no ha sido la correcta, incluso si los resultados son mejores de lo esperado.

Así podemos sentir que hemos cambiado de puesto de trabajo a un cargo con mejor reconocimiento e incluso remuneración, pero que a lo mejor no era la cultura organizacional a la que querías pertenecer. 

Perdón

¿Y ahora qué hago?

En ocasiones las malas decisiones se pueden devolver y en muchas otras no, y lo máximo que podemos hacer es resarcir el daño causado. 

No es fácil poner la cara frente nuestras jefas o jefes, si hemos metido la pata.

Pero, independientemente de los resultados, puede ser más difícil convivir consigo mismo(a) cuando sentimos que hemos tomado una decisión equivocada.

Al fin y al cabo, con nosotros convivimos permanentemente (aunque no seamos totalmente conscientes de ello).

Cuando hay que rendir cuentas ante otras personas, el asunto consiste en pasar el mal trago, establecer los correctivos adecuados y hacer «propósito de enmienda» de que no va a volver a ocurrir. 

En el caso de las «sensibles» el asunto puede no resolverse de forma «tan inmediata». Muchas de esas malas decisiones son acciones vitales como cambiarse de país, casarse, meterse en una deuda, tener hijas y/o hijos, arriesgarse en una situación donde han quedado secuelas físicas o psicológicas. 

Ante estas decisiones las posibilidades que nos pueden permitir convivir con dichas malas decisiones son:

– Abrirnos al cambio: Por extraños que pueda parecernos a quienes creemos en que el ser humano tiene la capacidad de cambio, existen muchas personas que no creen lo mismo.

Son personas que piensan que «las cosas son como son» que «han sido como han sido» y que por tanto lo único que podemos hacer son simples adaptaciones a estas realidades inmutables.

Si en lugar de decirme a mí mismo(a):

¡Vale, me he equivocado, ¿Cómo transformo esto?, mi actitud es…

¡Vale, yo soy así, si les gusta bien y si no se joden!

¡Sí, he tomado una mala decisión, otra vez, como siempre en mi vida, no tengo remedio, soy un desastre, no hay nada qué hacer conmigo!…,

pues la situación de reparación, corrección o resarcimiento de una mala decisión tiene las opciones limitadas. 

Cambio, Transformación
Autoevaluación, Perdón, Autoestima

– Perdonarse: Es la versión religiosa o espiritual del asunto, aunque, desde el punto de vista psicológico, está comprobado que tenemos el mecanismos de entender que no somos infalibles y que en la medida en que aceptemos y aprendamos de nuestros errores podemos avanzar.

Esto significa además, no quedarnos atascados(as) en la culpa y transformarla en «energía» o en una fuerza que nos impulse a nuevos retos.

Es más fácil decirlo que hacerlo. Cientos de personas están atascadas, viviendo una vida miserable porque no han podido perdonarse decisiones del pasado. 

– Tener visión global: Una forma de convivir con las malas decisiones y transformarlas en una aprendizaje a nuestro favor es salirnos del detalle y entender qué está en juego desde el punto de vista ampliado.

Qué estábamos pensando (o no pensando) en el momento de la decisión, qué estaba en juego, qué pesó más a la hora de elegir esa decisión particular, cuáles hubieran sido las consecuencias negativas si hubiera tomado una dirección diferente, qué emociones influyeron en la misma, qué ha significado para nuestra vida esa decisión(en medio de lo malo, qué puedo rescatar de positivo).

Es posible que si hacemos este análisis ampliado ( en lugar de quedarnos en la sensación interna de haberla cagado), estemos preparados(as) para perdonarnos o, incluso, entendamos que no hay nada que perdonar. 

Tiempo

– Entender el flujo del tiempo: El tiempo es una ilusión.

Cuando crees que es presente y lo piensa un milisegundo, ya es pasado.

Somos viajeros en el espacio-tiempo (una dimensión indivisible según Eisntein) donde jugamos constantemente a creer que podemos cambiar el pasado y planear nuestro futuro, sin terminar de entender el presente. Bien, entender este flujo es fundamental, pero tan simple como que no podemos viajar en el tiempo a deshacer nuestras malas decisiones (ni las buenas).

Tenemos que apañarnos con las consecuencias, en el presente, tratando de que no determinen de manera negativa nuestro futuro. 

Por más «espinita» que tengamos clavada entre pecho y espalda que nos sugiere que algo no ha sido una buena decisión, entender que ya ha sido tomada y que eso no puede ser cambiado, podremos comprender que tenemos que actuar es sobre las consecuencias de dicha acción.

En otras palabras, no podemos actuar sobre la decisión que tomamos, pero sí en aclarar y resolver esa sensación interna de «error». 

– Volver a elegir: Si has cambiado de trabajo y tienes la sensación de que te equivocaste puedes sentarte a llorar, a recriminarte o puedes convertir ese error en una elección.

Es algo como…

«Vale, no es aquí donde quiero estar, pero no puedo cambiar el pasado, ya estoy acá.

¿Qué puedo hacer para no amargarme la vida si esta es la realidad que debo enfrentar?

Pongamos un ejemplo simplista: Soy cajera en un supermercado, pero estudié administración.

Tomé el trabajo mientras me aparecía algo mejor o con el objetivo de ascender en la empresa.

Nada de eso está pasando. ¿Qué pasaría si eligieras ser cajera? ¿Qué tipo de cajera quiero ser?

Está claro que mientras no elija lo que hago se notará en la manera en que realizo el trabajo, mi motivación será una lucha diaria y casi con seguridad, mi calidad de servicio dejará mucho que desear.

Son típicas consecuencias emocionales y comportamentales de las personas que se sienten en el lugar equivocado, o atrapadas.

Mientras no haya una «re-elección» esas sensaciones seguirán apareciendo. Volver a elegir es entender el flujo del tiempo, es ubicarme en el aquí y el ahora, aunque siga planeando algo mejor.

No se trata de una actitud resignada, sino de aceptar la realidad actual, para que, sin el peso de la desmotivación diaria, pueda ver con mayor claridad hacia dónde me quiero dirigir.  

– Re-simbolizar (Re-significar): Es una de las mayores capacidades del ser humano.

Merece un artículo (y un libro) propio. Cada experiencia que tenemos tiene un significado para nosotros, simboliza algo.

Para nuestro objetivo concreto, puede ser triunfo o fracaso, acierto o error.

La neurociencia está ratificando «sabidurías ancestrales» que ya otras vías de conocimiento nos habían mencionado.

Ciertas troncos de conocimientos chamánicos y espirituales, indígenas y de oriente, los poetas, algunas filosofías y otros movimientos de pensamiento como el constructivismo radical, ya nos había dicho que las «cosas no tienen que ser así como han sido para toda la vida».

Que podemos darle otro significado a lo que hemos vivido en el pasado. 

Gracias a esta capacidad de los seres humanos es que podemos superar los traumas.

Pero dirás…

¿Hay personas que no han superado los traumas?

Y es cierto, pero tendríamos que hacer una discusión más amplia acerca de qué métodos se han usado para superarlos, qué papel ha jugado ese trauma en la estructuración social y psicológica de esa persona (ganancias secundarias), quienes, dentro del sistema de esa persona, se han «beneficiado» de ese trauma para fortalecer un determinado rol de apoyo…,

¿Es consciente la persona con el trauma que puede re-simbolizar esa experiencia para que signifique otra «cosa» que le permita seguir adelante?.

Esta gestión de los traumas nos abre otras ventanas que exceden el objeto de este artículo. 

Para concluir diré que nadie está exento de cag..rla. A lo mejor ya me excedí con tantos tacos.

Qué hacemos con esos errores puede marcar la diferencia entre las personas que sufren y se quedan ahí, o entre quienes cogen ese sufrimiento y lo transforman en una oportunidad de aprendizaje, crecimiento y transformación. 

Las personas tenemos la capacidad de hacerlo con nuestros propios recursos psicológicos, emocionales y racionales, pero en muchos momentos la decisión equivocada que hemos tomado genera un nivel tal de confusión que es necesaria la intervención de un asesor externo. Que no necesariamente es un psicólogo.

Puede ser un taller, una experiencia vivencial, un seminario, una conferencia. Aquí es donde son importantes recomendaciones como optimizar nuestra capacidad de autoevaluación y el estar abiertos(as) a hacer cambios.

Sin esta apertura, que equivale al reconocimiento del problema, difícilmente podremos cambiar el impacto causado por una mala decisión. 

¡Comparte conmigo tus respuestas a esta pregunta!

¿Qué sueles hacer tú cuando la has cag...do, cuando metes la pata?

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