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¿Las máquinas comprenden el lenguaje?

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Para que contextualices adecuadamente esta tercera parte es necesario que primero hayas mirado el video y los capítulos anteriores.  Puedes ver las partes anteriores haciendo clic en el número: 12.

En la segunda entrega, que puedes verla aquí, establecí algunas razones para explicar por qué deberíamos o no ponerle comillas cada vez que hablemos de Inteligencia Artificial. Podría hacerlo siempre, pero es engorroso y las comillas siempre te invitan a pensar más allá de la literalidad. Así que a menos que tenga una intención específica de burlarme, cuestionar o admirar cuán “inteligente” es la Inteligencia Artificial (IA), dejaré de usar las comillas. Yo utilizo “inteligencia”, con comillas incluso cuando hablo de los seres humanos.

Mira el vídeo.

Uno de los elementos que, al parecer nos diferencia de “otras entidades biológicas” con capacidad de procesamiento de información, tanto deliberado como de manera instintiva, es la complejidad de asociaciones mentales que nos ha llevado a desarrollar un lenguaje que nos facilitara la interacción con otras entidades. Sería más fácil decir algo como, uno de las características propias del ser humano es su capacidad de procesamiento de información cerebral lo que le llevó a desarrollar un lenguaje con el cual relacionarse con otros seres humanos y de esa manera creó también las convenciones propias para poder comprender ese lenguaje. Pero ni esa capacidad de comprensión del lenguaje es exclusiva de los humanos, ni somos los únicos seres vivos que tenemos esa capacidad.

Lo que sí podríamos decir, por lo que nos podríamos sentirnos “orgullosos” como especie es que nuestra particular manera de procesamiento y de comprensión del lenguaje nos ha permitido ser los “amos y amas” del mundo. A excepción de las bacterias y los organismos unicelulares, probablemente los únicos dueños de lo que ha existido y existirá, nuestra supuesta inteligencia, nos ha dado un sello particular, único, dominante. Al final, no este sello no es más que una ilusión. Los seres humanos somos más vulnerables de lo que creemos que somos y probablemente la robótica y la inteligencia artificial es otro eslabón en la cadena de factores que lo demuestran, o lo demostrarán.

La IA y la comprensión del lenguaje

,Como dice el vídeo, uno de los mayores retos de las máquinas con IA es la comprensión del lenguaje. ¿Cómo hacen los asistentes virtuales y robots para entender lo que le decimos?

Esta es por supuesto otra ilusión. No nos entienden, reaccionan a una serie de comandos que están asociados a una determinada programación que les permite tener un abanico de posibilidades de respuesta.

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Cuando saludo a una máquina, ella no dice, ¡uy qué amable! ¡Creo que lo mejor es que le responda, de lo contrario puede sentirse insultado, no reconocido o ignorado!. Y, después de esta elucubración te dice: “Hola Sergio”. Le dirás hola y te contestará con algunas posibilidades programadas.

Esta es la inteligencia simple, reactiva, arcaica. Ahora suponte que la máquina sí puede evaluar no solo el comando de voz que le estás enviando sino asociarlo a la experiencia previa que ha tenido contigo. Recordaría si la trataste “bien” o si está “enfadada” contigo porque no fuiste amable con ella la vez anterior. En otras palabras, la comprensión del lenguaje no es solo la comprensión condicionada de un comando de voz, gestos o caracteres, es un complejo proceso donde está en juego el estado actual de la relación, su historial y probablemente las expectativas que tengo en dicha relación.

Si mi jefe me saluda, es diferente a si me saluda un compañero de trabajo o alguien que simplemente pasa por el pasillo de mi oficina. En la comunicación no solo está en juego el qué se dice, sino el cómo se dice, el cuándo se dice, el dónde, el para qué, el con qué se dice. Y todo ello dentro de otros condicionantes ambientales e internas como el estado de ánimo, el contexto, las relaciones de poder entre las personas que se comunican, el nivel de formación (no solo académico sino también emocional), los elementos culturales, el clima de la relación y el tiempo ambiental, entre otros factores.

En un diálogo sencillo entre humanos, además de todo este contexto en la comunicación están presentes otros “supuestos” como pueden ser la polisemia, la semántica y la gramática. No es solo que una misma palabra pueda ser utilizada con diferentes significados, sino que tiene unas normas de orden y estructuración que les sirven para darle sentido a lo que estamos diciendo. El chiste, el sarcasmo, la ironía, las claves en la mirada y en los gestos, lo que se insinúa pero no se dice, son retos para los desarrolladores de la IA.

Así que aunque para nosotros y nosotras (seres humanos), una comunicación superficial y aparentemente sinsentido, puede pasar desapercibida, está dotada de una complejidad que no es fácil ser traspasada a las IA.

Si no había quedado clara esta complejidad, a esto debemos sumarle el reconocimiento del tono de la voz, el reconocimiento de nuestras huellas biométricas (pupilas, dedos, tipo de cara). Una vez hecho esto, si saludas a una IA y te contesta por tu nombre, creerás que te ha reconocido. Pero, por supuesto es otra ilusión. No te ha reconocido a ti, en tu compleja singularidad existencial, ha reconocido una serie de patrones que le ha permitido asociar especialmente contigo de tal manera que pueda dirigirse a ti de manera “personalizada”.

Miedo a ser nadie

 Aunque parezca algo traído de los cabellos, el triunfo o no de la IA está asociado a si es capaz de satisfacer las mínimas (y luego las máximas) necesidades psicológicas de los seres humanos.

Una de esas necesidades que se transforma fácilmente en niñas y niños, es el miedo a no significar nada para por lo menos un (1) alguien. O sea, el miedo a no ser nadie. A ser ignorado, a ser invisible.

Si una IA te “reconoce” y tiene un protocolo de personalización para hablarte a “ti” específicamente, ya te habrá ganado el corazón. No importa lo inteligente que seas. Los humanos, en general respondemos positivamente a la amabilidad de cualquier otros ser (animado o no) que esté dispuesto a reconocer que somos una “entidad que existe”.

La complejidad de lo simple

La identificación y respuesta a una simple pregunta requerirá una gran cantidad de programación informática (también sabemos que éste ya no será el único camino. Espero aclararlo a lo largo de estas entregas). Si le preguntas a una IA, ¿Cómo te llamas? Estará preparada para decir “su” (el) nombre. Y a partir de allí entablará una conversación.

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Hasta dónde sé las posibilidades de conversación aún son bastante limitadas en comparación a las que establecemos los seres humanos, pero se ha avanzado bastante. Existen máquinas que pueden responder “inteligentemente” (de manera coherente dentro de un espectro de posibilidades) cada vez en más ámbitos.

Matemáticas para Algoritmos y aprendizaje automático

Como sabrán una de las disciplinas que han resucitado de su peligro de extinción han sido las matemáticas. Un matemático no es alguien que sabe sumar 2 + 2 y le de 4. Es alguien que ante el evento 2 + 2 es capaz de sugerir casi “n” repuestas.

No me deja de parecer curioso que para poder desarrollar la comprensión del lenguaje de las IA, hayamos tenido que recurrir a las matemáticas. Es una especie de justicia poética. Después de verse como una disciplina destinada a unos cuantos “raritos”, hoy estamos a expensas de que los cálculos y las nuevas matemáticas no nos lleven a la extinción de la humanidad. Desde Pitágoras ya se había insinuado que todo puede ser explicado con matemáticas. Yo soy de la vieja guardia, así que mi pregunta siguiente es ¿Todo?

El sistema Watson de IBM fue perfeccionado para poder acceder a una cantidad extraordinaria de información de la red y a partir de allí extraer conclusiones que le permitirá dar respuesta de una manera muy singular como la que se hace en el viejo programa de Estados Unidos ¡Jeopardy!. En este concurso se dan las respuestas, enunciados o definiciones y las personas concursantes deben contestar haciendo la pregunta que correspondería a esta respuesta.

Watson empezó con muchos fallos. No pierdas la perspectiva: Watson no es una entidad inteligente, Watson son las personas que le permitieron ajustar su programación para hacerse cada vez más eficiente. Esto lo hace un bebé en poco menos que una tarde, pero para replicarlo (atención a esta palabra) requirieron mucho esfuerzo.

La complejidad de procesamiento que debe hacer Watson es un mérito de quienes lo construyeron. Nos fascina ver todo lo que Watson “hace”, pero no perdamos la perspectiva de que posiblemente nos fascina es la emulación de la manera en que los humanos procesamos la información.

Al final las IA desarrollarán su propia manera de procesar esa información y es posible que ya no sea una réplica o una emulación, será su propia manera de “pensar”. Es más, es posible que si cada IA, con capacidad de autoaprendizaje pueda desarrollar un “ecosistema” propio de comunicación que paradójicamente lo habilite para comunicarse con cualquier otra máquina con otros “lenguajes” singulares o, paradójicamente que solo pueda comunicarse con ella misma. Una especie de IA con Autismo o esquizofrenia; un mundo propio.

Velocidad, ilusión de automaticidad

La velocidad de procesamiento no es un factor menor. El diálogo entre los humanos, todos los supuestos que señalé antes, tienen un factor adicional que lo hace más o menos eficiente: El ritmo.

El ritmo es el tiempo en que se produce el intercambio de los factores que están interactuando.

Si te acercas a un compañero y le saludas y, aunque te mire, se tarda más de un segundo en contestar, la situación empieza a ser rara.

Cada conversación tiene su propio ritmo. La mayoría de las veces se crea en el acto, pero muchas (¡Oh, cualidad humana!) puede darse en varios episodios. De esa manera podemos retomar una discusión otro día, recuperando parte del ambiente de la conversación original, pero probablemente con otro ritmo.

Si al hablarle a las máquinas o hacerle una pregunta tardan demasiado en contestar, eso no replicará una conversación fluida como tenemos los humanos y juega en contra. No es solo que la IA nos conteste un información particular (sea personalizada o no) sino que también la queremos en el menor tiempo posible.

En un diálogo sencillo entre humanos, e incluso entre humanos y sus mascotas hay una sensación de inmediatez, de automaticidad. Estas mismas cualidades son solo desarrollos en las IA.

Doble cara

Por un lado, la comprensión del lenguaje por parte de la IA nos permitirá desplazar una serie de necesidades psicológicas a la ilusión de tenerlas, cuando los otros humanos no puedan o no quieran dárnosla. Compañía, consejos, respuestas a problemas, asistencia en situaciones difíciles, debates sobre temas existenciales o simplemente una palabra de aliento.

Por otra parte, si las IA aprenden a contextualizar la complejidad involucrada en la comprensión del lenguaje podrán ponernos en evidencia acerca de nuestras intenciones. Podrán detectar si queremos hacerles “daño” y podrán construir una respuesta efectiva ante tal amenaza. Podemos presuponer que tendríamos las de perder si se diera el caso.

Una IA que aprende por sí misma podría fácilmente decidir que las leyes de Asimov acerca de no hacerle daño a los humanos no tiene por qué ser respetada. Si concluye fácilmente, por ejemplo que el homo sapiens es uno de los principales responsables del actual cambio climático, de la extinción de especies o de su propia extinción, podrá buscar la respuesta más lógica entre sus millones de datos de análisis y podrá concluir que no somos seres indispensables para la vida en este planeta.

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¿Te emociona la posibilidad de interactuar con una IA?

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