Este artículo se ha dividido en dos partes: En este enlace puedes ver la segunda parte. Te invitamos encarecidamente que leas ambas partes para que tengas un contexto completo de lo escrito.
¿Qué pasaría si las tornas se voltearan y los hombres estuviéramos efectivamente subyugados por las mujeres? ¿Qué pasaría si del heteropatriarcado pasáramos al “heteromatriarcado”?
La “petite” Lola nunca se explicó muy bien porque ella, en lugar de sus hermanos que eran mayores, debía ayudar a su madre en las labores de casa y en atender a los hombres de la familia, casi desde el amanecer hasta que ya el cansancio las tiraba a la cama. Cuando tenía valor para quejarse, que era casi nunca, su madre le recriminaba diciendo que su padre trabajaba mucho y que llegaba a casa casi muerto de agotamiento. Como no tenía fuerzas para discutir y su mote de “petite” la hacía sentir cada vez más pequeña y anulada, sus protestas se vivían en su cabeza. Aficionada a las películas mentales, como mecanismo de defensa para poder soportar sus interminables dolores, hacía auténticas manifestaciones imaginarias. Se vía en un grupo de mujeres con carteles manifestándose por la calle, dando conferencias sobre la desigualdad y logrando cambios sociales, donde ella dejaba de experimentar esa sensación de no ser nadie. En ocasiones se personificaba con una capa y se veía sobrevolando la ciudad y su casa como Supermán. Luego se regañaba y decía ¡Qué cojones! como “SuperGirl”. Y luego se volvía a corregir ¡Qué estupidez!, directamente voy a ser “SuperLola”. Generalmente esas cavilaciones le duraban poco, porque su madre se encargaba de controlar hasta lo que pensaba, o porque había que ocuparse se los señoritos de la casa. Hay veces que entendía lo de su padre, ¿pero lo de sus hermanos? Dos bucéfalos que se pasaban el día haciendo nada, abriendo la boca para pedir y comer. No le cabía en la cabeza. Cuando no le pegaba un grito, su madre, con un cierto tono de sumisión, extraño en ella, le respondía, “es que así es la vida, a las mujeres nos toca así”. La “petite” Lola no lo entendía, pero luego veía que así pasaba en todas las casas y terminaba por pensar, como casi siempre, que a lo mejor la rara era ella, por sentir que las cosas debían ser diferentes.

¿Privilegios de mi herencia machista?
La herencia machista que hemos recibido los hombres, sin querer en los primeros años de nuestra vida, y queriendo después de que hemos descubierto sus privilegios, no es fácil de abandonar.
Hace muchos años, en mi segundo libro, LA CULTURA DE LOS ENGAÑADOS, planteaba que el ascenso en la consecución de derechos de las mujeres y hacerlos efectivos era un trabajo arduo, que casi con seguridad contaría con la resistencia de los hombres.
Y es que la lógica es elemental, pero aplastante. Aunque no es fácil “subir”, cada vez se asciende a un nuevo escalón, éste se disfruta como un gran logro porque se supone que te dejan en una mejor posición que el estado anterior. Pero cuando estás en la cima de todos, o “casi todos” los privilegios, es difícil dejarlos.
“Bajarte” de tus prerrogativas, solo porque naciste hombre, en lugar de mujer, requiere una profunda revisión de sí mismo, que, me temo, no alcanzaremos a hacer ni los hombres más conscientes con la necesidad de un cambio. Por decirlo más metafóricamente, cuando has sido un rey, no es fácil que “voluntariamente” te conviertas en mendigo.
¿Reto para los hombres?
El reto que tenemos los hombres es gigante.
Repensarnos como hombres, como compañeros, como esposos, como ciudadanos, como líderes, para convertirnos en lo mismo, pero sin los privilegios que nos da el ser hombres.
Ser hombre, pero uno diferente que no sea machista.
Ser compañeros sin pretender que nuestra opinión y nuestras decisiones tendrán que primar sobre las de nuestras compañeras solo porque las de ella están teñidas de “eso” que las hace menos válidas.
Como ciudadanos, replanteando que nuestra visión de sociedad es solo la mitad de la visión, por más completa e integral que pretendamos tenerla.
Como líderes, planteando políticas audaces que igualen la balanza.

He escuchado a algunos colegas de género (vamos, otros hombres) criticar con “la mejor de las intenciones” que ese deseo de igualdad de las mujeres nos va a llevar a que los hombres estemos subyugados a ellas. Y es gracioso que no vean que eso, a la inversa es lo que ha ocurrido por siglos.
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¿En qué áreas de la vida cotidiana se ven más evidentes los privilegios masculinos?

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